viernes, 11 de marzo de 2011

Entrevista a Juan Huenuan




Algunas preguntas para Juan Huenuan a raíz de la lectura de su libro “Romería”

-Hablas en tu libro de “Seres distraídos”. Hay quien piensa que la literatura es una distracción. O es todo lo contrario?

Bueno, cuando hablo de seres distraídos me refiero a como las personas (y voy a generalizar) de este momento histórico, se han vaciado de intuición y han dejado de comunicarse con otros niveles de existencias, apelando solo al supuesto conocimiento dado por lo empírico y su esfuerzo por reducir los sentidos a un papel irrelevante. La pérdida de los rituales y la omisión del significado de algunos símbolos claves, son la fractura de los puentes conductores hacia el pasado y los elementos de la naturaleza.
Ahora, volviendo a la pregunta, la literatura puede cumplir con distintos roles, incluidos la posibilidad de distraer en su connotación más sana y lúdica, o bien, como un ejercicio sistemático de evasión de lo que podríamos llamar “mundo o realidad”. En cualquier caso, de este conjunto de lecturas nos queda un sedimento luminoso que nos ayuda a emancipar la conciencia; creo que ante todo, la literatura nos concede la opción de acceder a esa libertad efímera y desde esa conciencia optar por las cavernas, el cielo o la construcción de bisagras entre ambos.

-La guitarra y el cuchillo. ¿Son antagónicos o complementarios?

Son complemento. Me gusta pensar en un hombre capaz de tocar la guitarra, cantar, ser bueno para los combos, buen conversador, atractivo para las mujeres, culto, etc. O sea, todo un ideal de hombre renacentista, ja.

-Al remover las brasas del pasado, ¿se prende el fuego del futuro?

Lo que llamamos futuro, no es sino, la consecuencia que de nuestras acciones se desprende y la consecuencia de las acciones de hombres que estuvieron antes que nosotros, por tanto, existe un diálogo constante, no exento de traumas y dificultades, entre ambos conceptos temporales. ¿Se puede encender el fuego del futuro removiendo las brasas mencionadas, entendiendo este fuego como la proyección de la vida de una cultura? La respuesta es sí, en la medida que esta acción de hurgar se rija por el respeto, el deseo de aprender de estas experiencias y proponer estrategias para proyectar esta vida.

-¿En qué sentido escribir supone un destete o una vuelta a la madre tierra?

No busco definir mi escritura como un acto categórico, unívoco, de fuga o retorno hacia lo que podríamos llamar memoria. Si observo mi vida con calma, me doy cuenta que estos desplazamientos u oscilaciones siempre han estado presentes, manifestados en la relación con mi familia (y la relación de éstos con su propio origen), la (de)formación escolar, mi temprana inquietud por el arte, experimentar el amor de pareja, la universidad, y la paternidad. Cada una de estas etapas, con sus propias posibilidades de madurez y consciencia, han estado marcadas por una actitud distinta hacia mi origen mapuche. Desde el cuasi-trauma provocado por las burlas de niños en el colegio, pasando por una auto censura de lo indígena en mi vida (léase también auto-chilenización), hasta un estado de aceptación, reconciliación y valoración de mi mismo y de mi cultura, en tanto persona mapuche. Y desde ahí, otras posibilidades de exploración escritural, que indagan no solo en el dolor, el desarraigo o las derrotas, sino que también desde la ironía, la autocrítica, las preferencias y el contexto histórico en el cual estamos viviendo. En “Romería”, algunas de estos procesos los veo, el resto, es un desafío para las creaciones que vienen.


-Aleixandre decía “el poeta canta por todos”. ¿Tiene lugar el ego en poesía?

Por supuesto. En unos más que otros, claro está, pero siempre está presente. No lo percibo como algo necesariamente negativo, y tampoco lo confundo con la soberbia. Algunos intentan cantar por todos, otros solo buscan profundizar en sus propias obsesiones y en ambos casos el ego se expresa como una huella digital. Una vez, Guido Eytel, me decía que en ocasiones era bueno sentirse como el mejor escritor, pero también como el peor; yo lo interpreto como una forma de romper un peligroso status quo respecto de la visión que tenemos de nuestra propio trabajo, donde uno nunca es lo uno o lo otro. Eso sí, no hay que dejarse encandilar por los flashes del momento (si es que algún día conseguimos alguno que valga la pena) ni terminar cambiando el lápiz por el micrófono. Lo mejor es trabajar en silencio y cultivar la amistad donde pueda darse.


-Unamuno hablaba de la intrahistoria, no la historia de las grandes batallas sino de los hitos del día a día. ¿Tu interés por la historia tiene algo que ver con esto?

Es efectivo que la historia, sobre todo en esta etapa de mi escritura, tiene mucho de relevante. Veo acá la posibilidad de trabajar no solo con referentes clásicos de la literatura, sino también con procesos, hechos, personajes y nomenclaturas que aporten a la construcción de mi poética. Historia y literatura, son como dos hermanos que avanzan por caminos tan similares que, comúnmente, suelen perderse sus atribuciones específicas como en el caso de crónicas, cartas y documentos administrativos tempranos, que con el transcurso del tiempo van adquiriendo mayor significación y relevancia. Pero debo decir que me interesa más ampliar el zoom de la mirada, a la opción de detenerme en lo cotidiano o cosas más puntuales, (lo que nada tiene que ver con una suerte valoración del discurso histórico oficial, ni con la omisión de la trascendencia del hombre común como potencial actor del cambio social). Como he dicho en otras oportunidades, creo que se ha perdido el sano ejercicio de mirar y entender los fenómenos en su generalidad a cambio de la parcelación constante del enfoque: la especialización sobre especialización termina siendo una curiosa y nueva forma de ceguera, una muerte lenta por la hipertrofia de un solo músculo, y bueno, en la actualidad hay muchas obras que dan cuenta de ello.






-¿Se puede ser mapuche sin hablar mapudungun? O dicho de otro modo, ¿cuál es la relación entre la pérdida de la lengua y de la memoria?

Tengo la sensación que la memoria elabora sus propias estrategias para ser escuchada, leída y entendida, a pesar de los obstáculos que los “administradores de la historia” continuamente crean para impedirlo. No obstante, las pérdidas y las distintas dificultades que supone enfrentar este proceso, van dejando una profunda costra en el alma de la cultura, y es precisamente la lengua, como uno de los elementos constitutivos de ésta, una de las más grandes perjudicadas. Sin contar con un dato exacto, es probable que menos del 35% de la actual población mapuche, tanto en la comunidad como en el campo, puedan manejar una conversación en mapuzungún; el porcentaje, por lógica, disminuye cuando nos referimos a las personas que lo hablan como lengua materna. Muchos son los factores que explican esta realidad: la disminución demográfica productor de la guerra, esclavitud y enfermedades, el continuo proceso de mestizaje, la prohibición de practicar los idiomas originarios en forma pública, pasando, incluso, por la decisión de padres hablantes de no enseñar su lengua a sus hijos, parar evitarles sufrimientos futuros como la discriminación. Pero el tema de la identidad, nos hemos dado cuenta, no ha pasado solamente por los ámbitos del manejo idiomático o el asentamiento territorial efectivo, de lo contrario, no podríamos explicar hechos como: la conformación de comunidades y organizaciones mapuche en sectores tan urbanizados como Santiago, (con criterios tradicionales de identidad territorial), la cada vez mayor vinculación con peñis y lamgnen de Argentina, en diversos aspectos como la política, organización económica, literatura, solo por nombrar algunos temas del quehacer cultural. Incluso se me viene a la memoria el caso de una niña nacida en Canadá, con ascendencia indígena, que apenas hablaba castellano (menos aún el mapuzungún), pero que sin embargo se identificaba como mapuche, ¿quién podría, apelando a su desconocimiento del mapuzungún, negarle su condición como tal?
Ahora bien, la educación y ciertos criterios progresistas, propios de los últimos gobiernos post dictadura, han impulsado iniciativas tendientes a la recuperación del idioma, visibilizando este tema dentro del marco social chileno, orientado en políticas públicas como cultura y producción agraria, pero fundamentalmente en el plano de la educación, a través del concepto de interculturalidad. Esto ha tenido un impacto moderado y a ratos más pirotécnico que real, dado el carácter asimétrico de esta relación.
Dentro de este contexto, el poeta mapuche (hablante y no hablante) ha logrado validar su discurso como instrumento estético-político frente a una comunidad nacional e internacional muchas veces indiferente y desinformada, pero también ha contribuido a problematizar desde el interior de la cultura, las distintas visiones y sensibilidades existentes en torno a la memoria, lo coyuntural y la supervivencia en este medio agresivo








-Romería es también el título de un poema central del libro. En él afirmas que tu canto maldice y perdona. ¿Cuál es tu idea de convivencia entre las culturas mapuche y chilena?

Hay que entender que la opresión históricamente ha venido desde las estructuras institucionales que el poder va configurando para asegurar control en sus dimensiones territorial, económica, religiosa e incluso psíquica y que, haciendo uso de las nuevas tecnologías, estas formas de dominio se van complejizando conforme se avanza. Ha sido este “poder”, con sus distintas manifestaciones en el tiempo, y no el común mayoritario de la sociedad chilena, el que ha ejercido esta violencia. En estos últimos 20 años (sumemos también la resistencia histórica) ha sido el movimiento indígena y más puntualmente el mapuche, el único capaz de frenar y poner en riesgo esta institucionalidad: ya no son los grandes movimientos sociales o llamados también populares, los que han asumido este protagonismo. Por este motivo también, el mapuche, ha sentido la represión de Estado más dura.
Una convivencia en donde no se criminalicen las reivindicaciones, no solo de las minorías indígenas, sino de todo aquel movimiento social que cuestione, critique, y pretenda establecer cambios estructurales que beneficien a la mayoría y no a unos pocos. Eso sería un buen comienzo, pero solo el comienzo. Es un tema largo y sus aristas, múltiples.




-En “Culebra en la noche” aparecen dos modos encontrados de vivir la sexualidad. ¿Es posible la síntesis o el acercamiento? ¿O su encuentro es caótico?

Es curiosa la lectura que haces, pues no escribí ese texto pensando en lo sexual como un tema relevante en el poema, pero sí es posible advertir dos modos de vincularse y ver al mundo. Existe una manera desprovista de culpa, vitalista y primigenia, donde podríamos considerar lo sexual como otra manifestación de esta integración con lo natural. Por otro lado, está el cruce con lo occidental, su culpa judeo-cristiana y sus cinismos. La culebra, más que tener una connotación sexual, asume el rol de una compleja mensajera, que carga este simbolismo binario. El hombre tiene la opción de escuchar esta sabiduría o bien someterse a su castigo. Jugamos con una serpiente que nos recuerda a la del huerto sagrado del edén, pero también a kai kai y a tren tren vilú.











-Tus páginas se hacen eco también de la violencia. ¿Es algo congénito o podremos algún día resolver nuestras diferencias sin que llegue la sangre al río?

No soy muy optimista en este sentido, al corto plazo no veo manera de terminar con esto, menos considerando las posiciones ideológicas representadas en el gobierno y las coaliciones políticas y sus propuestas. La sangre no ha parado de llegar al río, desde el arribo de colón hasta nuestros días, y es sangre indígena, no hay que olvidarse de ello.

-Estás escribiendo un nuevo libro. ¿Cuál es su conexión con Romería, y hacia dónde va?

Tengo en carpeta 3 proyectos escriturales, unos más avanzados que otros. Así que ahí estoy peleando con todos ellos, reescribiendo, corrigiendo y leyendo bastante, total, no hay mucho apuro; en todo caso, sería bueno concluir el año con un libro más o menos definido y con perspectivas de publicación.
En cuanto a Romería, veo que es un dialogo con mi pasado, fundamentalmente. El descubrir lo sagrado, lo ancestral a través de las relaciones familiares, sus voces, relatos y la valoración de su dimensión territorial es un puente que permite situarme en el “hoy” como hombre, mapuche y como poeta. Romería es mi punto de partida en este escabroso deambular por la identidad, una peregrinación que continúa hacia el futuro y que debe tener su correspondencia en cuanto a explorar un lenguaje poético coherente con este proceso. Por tanto, todo cuanto piense y escriba, estará vinculado con este primer paso, tal como el viajero que mira hacia atrás puede ver sus huellas en el suelo.
Tal vez la apuesta más de fondo sea ahondar en las actividades que el mapuche realiza en el espacio urbano e indagar en los efectos psicológicos que esto trae consigo. Me interesa escribir sobre un sujeto mapuche asimilado, con temor y vergüenza solapadas en títulos universitarios, puestos de poder, comodidad económica, etc, y oponerlo al perfil clásico del mapuche comprometido, en armonía con la naturaleza, sabio, o bien el sujeto triste y derrotado. Creo que plantearse estereotipos, en su connotación rígida y arbitraria, solamente ayuda a crear postales generalmente cooptadas por el poder, y nos niega el derecho a mostrarnos en nuestra complejidad como seres humanos. Es un tema delicado, puesto que para una lectura superficial, esto sonaría como a lo dicho por una suerte de traidor, mercenario o cualquier epíteto similar, pero lo cierto es que de la fricción del debate pueden surgir nuevos planteamientos, defensas etc. Si nos duele, es porque estamos vivos y eso es bueno.